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Para no seguir en Babel (página 2)



Partes: 1, 2

 

   Congreso, gobernadores, partidos, jueces,
medios de
comunicación, iglesia,
universidades, empresarios e intelectuales "y la propia sociedad civil,
sobre todo los grupos que
siguen enarbolando la ley del machete
contra el imperio de la ley", forman parte de ese
estancamiento: "En diversa medida, todos somos responsables.
Conquistamos la democracia
pero no hemos sabido cómo habitarla". Los principales
temas del cambio se
han convertido en elementos de una parálisis
institucional, pública y nacional.

   "Los ciudadanos –decía
Krauze más adelante– esperaban una
deliberación de altura en torno a esas
reformas o a otras, acaso más importantes, como las
relativas a la estructura
política. No hubo tal. ‘El
Presidente propone y el Congreso dispone’, dijo Fox aquel
remoto 1o. de diciembre. A tres años y medio de
distancia, el saldo es negativo: el Congreso dispuso no
disponer".

   Al bloqueo –y sobre todo el pasmo,
añadiríamos nosotros– de los legisladores,
se añade la crisis de
los partidos. Así, el ensayo
aparecido en Letras Libres pasaba revista a
los entorpecimientos de los principales actores
públicos. También incluyó a los medios de
comunicación. La
televisión, recordó Krauze, "no ha sabido
tampoco estar a la altura de los tiempos". Y
añadió: "La televisión podría ser un foro espléndido para que
los actores de la vida pública y los ciudadanos en
general (estudiantes, académicos, empresarios,
militares, religiosos, obreros, campesinos) debatan (no
sólo conversen) sobre los temas urgentes de nuestra
agenda pública".

   "Los intelectuales también son
(somos) responsables –reconoció más
adelante–. George Orwell (escritor de izquierda liberal)
señaló que el signo más sombrío del
siglo XX era el desdén del intelectual por la verdad
objetiva. Creo que su visión se aplica aún a
muchos de nuestros escritores y editorialistas, que no han
sabido reunificar los ideales legítimos de la izquierda
(la igualdad, la
atención a los desfavorecidos y a los
grupos minoritarios) con el liberalismo
clásico y vigente". Después de cuestionar el
elogio que, a contrapelo de ideas y principios y
sin el menor rigor intelectual algunos escritores y opinadores
todavía hacen de personajes autocráticos como
Fidel Castro
y Hugo
Chávez, Krauze describió la complacencia con
que suelen asumirse muchas de las costumbres e instituciones del viejo régimen
político mexicano: "no se ha hecho la crítica definitiva del ejido, el sindicato
corporativo, las instituciones públicas, las empresas
estatales. Se toman como verdades reveladas. Y los guardianes
de ese dogma suelen ser los que deberían poner en
entredicho todos los dogmas: los intelectuales. ¿Y los
intelectuales liberales? En México hay algunos, y nuestro desempeño también ha sido
pobre".

   Apuntaba: "Para entender y dar a entender
los problemas
actuales, el ensayo de
‘llamado moral
en la tradición francesa y española, que
practicaron Ortega y Gasset, Reyes, Vasconcelos, Cosío
Villegas y Octavio Paz
(y al que, supongo, pertenece este texto)
parece un género
limitado. Necesitamos mucho más: solidez crítica,
datos duros,
imaginación editorial, incisiones limitadas pero
profundas en la realidad".

   El problema que Krauze identifica
detrás de ese cuadro es la ausencia de espacios y reglas
para discutir: "Nuestras fallas denotan una común falta
de claridad sobre la agenda de nuestros problemas nacionales,
sus posibles soluciones y
el papel que a cada uno le corresponde en ellas. Vivimos una
Babel cotidiana en donde lo fundamental se confunde con lo
nimio. Es preciso buscar una salida racional a esta
confusión reinante, es necesario salir de Babel". A
diferencia de transiciones como la española y la
brasileña, en donde los actores políticos
tenían acuerdos básicos claramente
explícitos, "nosotros no tenemos siquiera un acuerdo de
cómo resolver nuestros desacuerdos"

   De allí la propuesta: "si el
objetivo es
sustanciar la democracia elevando la calidad del
debate,
debería crearse un Comité de Opinión
Pública (dependiente quizá del IFE, aunque no
necesariamente) encargado de organizar debates (televisados y
radiados en los horarios de alta audiencia, patrocinados por un
grupo tal
vez revolvente de anunciantes privados) sobre los grandes
problemas nacionales".

   Krauze y su revista sugirieron la
creación de "un fideicomiso
integrado por aportaciones de empresarios prominentes,
administrado por el IFE, cuya función
sería generar intereses suficientes para que el
Comité pueda comprar espacio comercial en televisión y radio". El
Comité se reuniría mensualmente para establecer
tema y participantes de cada debate "trasmitido en vivo por
televisión y radio en horarios de máxima
audiencia". La propuesta precisa reglas, tiempos y formato de
esos debates y sugiere la realización de encuestas, a
cargo de los medios, que recaben la opinión de los
ciudadanos después de cada sesión. Los resultados
de tales sondeos y el contenido del debate serían
enviados al Congreso y al presidente de la República
"para señalarles lo que opina la sociedad,
exhortándolos a que actúen en consecuencia".

Debate ya hay

   Esa fue la propuesta de Krauze. Apenas
comenzó a circular, esa edición de Letras Libres
comenzó a ser comentada. Miguel Ángel Granados
Chapa [4]
recordó el 11 de mayo que tanto en los medios,
como en el Congreso, las universidades y otros sitios, "todos
los días, en toda suerte de foros se discuten asuntos de
gran relieve,
abordados desde perspectivas académicas y políticas". Sin embargo "no hay
conexión todavía, no la hay de modo permanente al
menos, entre el saber social construido entre todos, y la
conducción del país, a través de los
poderes públicos". Por eso, el autor de la columna Plaza
Pública consideró: "Independientemente de la
mecánica propuesta por Letras Libres, la
idea de promover el debate puede imprimir un fuerte impulso a
la circulación de propuestas constructivas y al libre
flujo de las ideas, de modo que los protagonistas de la escena
pública no se limiten a procurar sacar avante las suyas
propias, ajenos a la posibilidad de ensamblarlas con las
ajenas; y el público en general trasponga la
situación de neurosis
contemplativa en que todo irrita y frente a lo cual poco o nada
se hace".

   Por lo pronto, Granados Chapa
sugirió comenzar con un debate sobre el papel de los
medios
electrónicos. Un texto de Sergio Sarmiento publicado
en la misma edición de Letras Libres en donde
apareció la propuesta de Krauze serviría como
inicio de esa discusión ya que allí se considera
que "la televisión es un pésimo vehículo
para la discusión de los temas importantes de la
sociedad".

Coartada y rating

   Menos amable fue el comentario de Jorge
Medina Viedas [5]
que después de calificarlo como "intelectual de
derecha" considera que en su análisis se encuentra "la
repetición ordenada y plausible de visiones e
interpretaciones de la realidad del país, donde regresan
las inevitables reiteraciones conservadoras de Krauze sobre el
ejido, el sindicato corporativo, las instituciones
públicas, las empresas estatales". En ese texto,
publicado el 13 de mayo, Medina impugna la actitud de
Krauze acerca de los partidos
políticos: "Con la coartada de sustanciar la
democracia, se ignora el papel de los partidos y se ofrece un
proyecto
ciudadano para sustituirlos de sus tareas de mediación
con los poderes. Una vía fácil de darle poder a
ciudadanos que no le rinden cuentas a
nadie, que como los conductores de radio y de televisión
se toman el derecho de hablar y opinar en nombre de la
sociedad, de una sociedad que no les otorgó
representación alguna".

   Carmen Aristegui [6], al día siguiente,
comentó que era indispensable tomar en serio la
propuesta de Krauze, aunque no se estuviera de acuerdo con
ella. "Lo importante es inyectar a nuestra sociedad un nuevo
ánimo. Reconocer que la fiesta electoral se acabó
y que son necesarias muchas tareas para no seguir dilapidando
el tiempo de
construcción. Si demócratas
queremos ser, algunas responsabilidades debemos asumir
más allá del voto", apuntó esa
periodista.

   "Para hacer viable una propuesta como la
de Letras Libres o alguna otra similar –consideró
Aristegui– hacen falta muchas cosas: cambiar la
perspectiva, colocarnos en un nuevo ángulo que despeje
horizontes, encontrar la forma de rodear el diseño institucional que conspira contra
nuestra democracia, destrabar esa serpiente que se muerde la
cola, y establecer una nueva ruta. No se trata de lanzar un
mensaje optimista bobalicón, sino de no renunciar a las
únicas herramientas
posibles para resolver nuestros problemas desde la diversidad,
y desde una vida democrática. El llamado es general y el
sentido es de urgencia. Necesitamos sacudirnos y presentar una
nueva disposición".

   Sobre la contradicción que
habría entre el contenido habitualmente impopular de los
debates y la necesidad de rating que suele definir a los
medios, la conocida conductora de radio y televisión
propuso: "Las audiencias, ya se sabe, no son precisamente
aficionadas a ellos. Se pueden explorar nuevas formas que
atraigan más al público. Se debe reconocer que
los medios masivos se diseñan por nichos de mercado y
con audiencias diferenciadas: no me imagino un solo debate que
atrape la atención de grandes franjas de la población".

Intelectuales extasiados

   A Ricardo Raphael
[7] , el 14 de
mayo, le pareció que a la propuesta de Letras
Libres
, con la que coincidía, le hacían falta
profundidad y consistencia. Este fue su razonamiento: "Durante
estos últimos años, los actores de la vida
pública mexicana se han dedicado a producir tantas
iniciativas como granizos caen en una tarde de tempestad. Entre
tanto, la sociedad no se ha dotado de espacios públicos
(no académicos) donde, con la suficiente serenidad, se
construyan pisos compartidos para el diagnóstico de los problemas comunes, se
forjen y maduren públicamente las ideas colectivas y se
concluya en soluciones políticas que dejen satisfechas
en lo esencial a las partes deliberantes".

   "El problema de fondo
–añadió ese profesor del
CIDE– surge cuando nadie, ni siquiera el intelectual cuya
responsabilidad
social requiere precisamente de esa calma, quiere perder
tiempo en la lenta elaboración que se necesita para
lograr frutos en el debate colectivo. Nuestros intelectuales,
como los políticos mexicanos, caen extasiados ante la
pronta retribución mediática para todo lo que
declaran. Hoy su capital no
está en la capacidad de que posean para proponer ideas
inteligentes, sino en el número de veces que los
medios de
comunicación les tomen en cuenta".

   Junto a ese razonado recelo ante los
medios, Raphael expresaba prevenciones sobre el organismo
propuesto: "Me quedo con la impresión de que un
comité de opinión pública expuesto a todos
los reflectores, como el que propone Krauze, sería una
forma de reproducir la nefasta mecánica en la que estamos instalados
para la producción de ocurrencias. Quizá
sea tiempo, más bien, para que quienes tienen como
vocación la creación de buenas razones se pongan
a trabajar con mayor humildad, lentitud y recogimiento.
Sólo así podrían ayudar, con su grano de
arena, a vertebrar el entendimiento que se requiere para que
nuestra sociedad debata racionalmente".

Renuencia de los partidos

   Gilberto Rincón Gallardo el 15 de
mayo [8],
después de considerar a la propuesta de Krauze como
plausible, seria, bienvenida y breve aunque clara y precisa, y
como brillantes al artículo que la contiene y a su
autor, consideró que "lo que hace de manera intencionada
es tratar de comprimir, en un formato adecuado a una sociedad
como la nuestra ampliamente influenciada por los medios de
comunicación, lo que debería ser el proceso
regular de formación de la opinión pública
en cualquier sociedad democrática medianamente
desarrollada".

   Sobre el mecanismo para propagar los
debates Rincón Gallardo advirtió: "No debe
subestimarse la influencia de una opinión pública
bien informada en la mejora del desempeño de su clase
política en razón de exigencias bien fundadas.
Sin embargo, tampoco debería sobrestimarse esta
capacidad de influencia… El problema actual de la
política mexicana no consiste en la ausencia de
diagnósticos adecuados acerca de los grandes temas
nacionales o que éstos no se hayan vertido en los medios
de comunicación, sino en la renuencia de quienes toman
las decisiones para alcanzar acuerdos políticos, pues,
en alguna medida, la situación que prevalece es
conveniente (o al menos parece serlo) para la mayoría
política".

   Lo que falta, más que propuestas,
es que los partidos se pongan de acuerdo, sugirió ese
antiguo dirigente comunista y social demócrata: "Desde
luego, es bienvenida esta propuesta de Krauze y esperamos verla
pronto en funcionamiento, pero no deberíamos olvidar que
el otro término de la ecuación sigue sin
claridad: el de la decisión real de los grupos
políticos para alcanzar acuerdos de fondo. Pese a todas
sus declaraciones, lo cierto es que los acuerdos y quienes
realmente los promueven siguen siendo vistos con sospecha, y la
confrontación es un valor
más relevante y productivo que el acuerdo y el
consenso".

Entender a los contrarios

   De otra índole fueron las reservas
de Claudia Ruiz Arriola [9], en un texto aparecido el 16 de
mayo. A pesar del entusiasmo que despertó, al método
de Krauze para organizar la discusión de los asuntos
públicos le faltaba una actitud distinta de parte de los
actores de tales deliberaciones, en opinión de esa
escritora. "Debatir implica entender que los puntos de vista
rivales son frágiles opiniones personales o de partido y
no Verdades irrefutables. Debatir implica admitir que ser
cuestionado en público no es una afrenta personal que
deba vengarse en la primera oportunidad que se presente
(¿qué me ves, caón?). Y, sobre todo,
debatir es aceptar que el fin del debate no es exaltar a una
parte y humillar a la otra, sino que se trata de una
exploración colectiva de alternativas para dar con la
mejor propuesta y/o la vía de acción más deseable para el
país".

   Después de acudir a Aristóteles para recordar la grandeza de
espíritu que se requiere para admitir los argumentos de
otro, esa filósofa y consultora enumeró las
pobres concepciones que algunos destacados políticos
mexicanos tienen acerca del debate: "Para ellos, debatir es
descalificar (Madrazo, Diego). Es ser chistosos y dicharacheros
(AMLO). Es defender Verdades (con mayúscula) que no
están dispuestos a cuestionar (Cuauhtémoc
Cárdenas). Es el artero intento de querer quedar bien
con todos (Derbez, Fox, Creel), sin quedar bien con ninguno. Es
el arte de no
rendirse ante la evidencia, no retractarse de sus falsas
acusaciones y no reconocer que el otro –aunque les caiga
gordo– puede tener razón de vez en cuando".

Opinión pública y
mecenas

   En el mismo tenor, ese día
Ricardo Alemán [10] recordó que hablar del
diálogo está de moda.
Dirigentes de todos los partidos y gobernantes de todos los
niveles se dicen, a diario, dispuestos a dialogar. "Pero todos
entienden el ‘diálogo’ no como el
intercambio de opiniones y puntos de vista para encontrar la
mejor alternativa para la conducción del país,
sino como la imposición de puntos de vista, la derrota
del adversario, la ganancia por adelantado y el atesoramiento
de privilegios y territorios".

   A la propuesta de Krauze, ese columnista
le encontró una discutible concepción acerca de
la opinión pública, de la cual a su juicio se
derivan los riesgos
principales del comité organizador que sugiere. Para
Alemán la opinión pública es la "facultad
de los ciudadanos, de juzgar las acciones del
Estado o del
poder político a través del debate abierto; en
los medios de comunicación, las plazas, las
universidades".

   Esa definición es contradictoria
con la idea de encargar "la ‘conducción’ de
la ‘opinión pública’ a un grupo de
‘mecenas’, que patrocinarían la
difusión en televisión y radio de los debates
programados por el Comité de Opinión
Pública". El poder económico de esos
patrocinadores acotaría la capacidad de la sociedad para
expresarse en ese ejercicio deliberativo.

   "La formación de una cultura del
debate, y la difusión abierta y masiva de los debates,
de eso que conocemos como ‘opinión
pública’ –concluyó
Alemán– no se puede resolver desde la plataforma
de la mercadotecnia, vinculada al poder de los
actuales medios electrónicos, sino desde la presión
que ejerce la propia ‘opinión
pública’ para abrir nuevos espacios de debate
mediante reformas al actual sistema de
concesiones de radio y televisión; no puede depender de
"mecenas" y menos estar sometida a una institución como
el IFE, que es el mayor centro de financiamiento y poder de los partidos
políticos. El problema es mucho más de fondo, y
pasa por la reforma del Estado".

Voceros políticos en exceso

   Similares fueron las objeciones de
Ramón
Cota Meza [11]: "nada garantiza que un
comité, por selecto que fuese, elegiría los temas
pertinentes; dada su fuerza
institucional, no escaparía a las presiones
políticas y económicas para definir lo relevante;
finalmente, marginaría ideas nuevas que sólo
pueden surgir de la reflexión
autónoma".

   Además, dijo ese escritor, en
México sí hay entendimientos en algunos temas
fundamentales: "Un debate público no es como un juicio
legal que se zanja con una sentencia. Los argumentos no se
dirigen a un juez que tendrá la última palabra,
sino a la conciencia
pública, cuyo estado sólo podemos apreciar por
tanteo, aún con sondeos de opinión, que suelen
arrojar figuras harto parciales. Recordemos algunos de los
debates más candentes: la cuestión de la
autonomía indígena, cuya promulgación
parecía inevitable, pero no resultó así.
¿Influyó el debate? Reforma eléctrica:
¿estamos ahora más conscientes de sus
consecuencias que cuando la iniciativa se presentó?
Reforma fiscal:
sorpresa, la recaudación en 2003 fue mayor que la
prevista por la reforma. ¿Dónde están los
argumentos a favor? La guerra de
Irak:
¿dónde están los argumentos que la
justificaron? El acuerdo migratorio: ¿se discute ahora
con la ligereza del pasado inmediato? Todos estos temas se han
debatido con amplitud y pasión, pero no es fácil
evaluar el efecto de los argumentos sobre la conciencia de los
actores políticos, el público y los medios de
comunicación. Es probable que no estemos tan perdidos en
Babel como se pensaría al dejarnos envolver por el
ruido
cotidiano".´

   Cota Meza apuntaba una tendencia
frecuente en la prensa, cuando
el exceso de voceros políticos desplaza a los analistas
profesionales: "Hay por lo menos tantos políticos como
editorialistas comprometidos con su trabajo. Al
parecer, esta situación empieza a cambiar por la
conciencia profesional de los editores, pero sigue habiendo
muchos articulistas sin compromiso con el lector común.
Quizá hay escasez de
editorialistas profesionales y el hueco tiende a llenarse con
personalidades públicas y expertos
monotemáticos". Ese articulista consideró que la
madurez del debate político no depende tanto de un
comité como el que sugiere Krauze sino del
profesionalismo de quienes opinan en los medios de
comunicación.

Ángeles y legisladores

   Leo Zuckermann [12], el 19 de mayo, cubrió
de calificativos la propuesta de Krauze: provocadora,
contundente, certera, sugerente, sediciosa. Pero también
la consideró ingenua: "Nadie puede negar que sea
positivo para un país que se abran espacios para el
debate de los grandes temas nacionales. Sin embargo, como
muchos ejercicios anteriores de deliberación, todo puede
concluir en palabras al viento sin traducirse en acciones
reales de cambio".

   El problema, para ese profesor del CIDE,
es que el Poder
Legislativo y los partidos no tienen motivos para funcionar
de manera distinta a como vienen haciéndolo: "Los
partidos son dueños del poder y se rehúsan a
renunciar a esta prerrogativa. No quieren, por ejemplo,
devolver el poder a los ciudadanos permitiendo la
reelección de los legisladores. Además,
están en una situación cómoda, ya que la
sociedad civil tampoco los presiona para cambiar el statu quo.
¿Por qué, entonces, los partidos tendrían
que enmendar unas reglas que los favorecen? ¿Por
qué darse un balazo en el pie?".

   En España,
por ejemplo, los políticos –que no son más
inteligentes o voluntariosos que los mexicanos– tienen el
acicate que significa la membresía en la Comunidad
Europea. "Así que el problema no es de voluntad o de que
de repente nuestros políticos se iluminen y sean
responsables. Además, ya viene siendo hora de asumir que
en México no habrá pactos de la Moncloa que, de
la noche a la mañana, cambien las reglas del juego e
incentiven la cooperación entre las distintas fuerzas
políticas del país".

   Al comité de opinión
sugerido por Letras Libres, Zuckermann le
encontró tres bemoles: el elitismo que puede "acabar en
un comité de notables que impulsaría una agenda
de acuerdo a los intereses de cada uno de los participantes y
que, además, recomendarían a sus amigos para
debatir"; el desinterés de la sociedad que
preferiría ver otros programas antes
que los debates políticos y la inutilidad que
tendría el envío de transcripciones y encuestas
al Congreso y al Ejecutivo: "Ya parece que los legisladores, de
repente, se van a comportar como ángeles y van a asumir
las propuestas enviadas por el comité. ¿Por
qué tendrían que hacerlo?".

Puntualizaciones

   En un artículo publicado el
23 de mayo [13]
Krauze acusó recibo, públicamente, de los
textos que hasta entonces habían comentado su propuesta.
Allí organizaba en ocho rubros los desacuerdos con esa
iniciativa:

   "a. Desconfianza en que un
‘comité de notables’ resuelva los problemas
que corresponden a la sociedad en su conjunto…

   b. Desconfianza en la capacidad de la
televisión como espacio para debatir los problemas en
profundidad…

   c. Debates sí existen, lo que
falta es la voluntad política para traducirlos en
resultados prácticos…

   d. Los medios no son el espacio adecuado
para las discusiones públicas: son las instituciones
políticas, como el Congreso y los partidos
políticos…

   e. La sociedad no está madura para
ejercicios democráticos de esta naturaleza

   f. Los debates acabarían al
servicio de
‘los poderes fácticos’…

   g. No existen mecanismos reales que
obliguen a los poderes a llegar a acuerdos
concretos…

   h. Reparos varios. El IFE
‘burocratizaría el debate’… y
terminaría por engrosar su aparato… La palabra
Comité es desafortunada…. El formato propuesto es poco
atractivo".

   El director de Letras Libres
consideró que todas las objeciones "contienen elementos
válidos pero si, como parece, ninguno de los
críticos reprueba en principio la propuesta, cabe
pedirles sugerencias concretas para modificarla o enriquecerla.
De entrada, conviene disipar un equívoco: una cosa es el
debate parlamentario (cuyo sentido final es legislar) y otra
muy distinta es el debate social (cuyo sentido es ofrecer al
público ideas claras sobre los problemas). En el asunto
de la electricidad,
por ejemplo, existen posturas encontradas con respecto a la
privatización. Aunque son razonables, el
público carece de un cuadro completo sobre la
situación de la industria y
las diversas opciones que se abren para mejorarla. En el mismo
tema eléctrico, hay conflictos
potenciales de índole jurídica, económica,
sindical, política, que sería útil
comprender y airear. No se trata, hay que subrayar, de un
programa
más de conversación (los hay, y muy buenos). Se
trata de una disputa a fondo en la que los protagonistas
empeñarían lo único que tienen: su poca o
mucha credibilidad pública. Si se plantean con un
formato (televisivo, radiofónico, periodístico,
internético) adecuado, los debates pueden despertar,
enriquecer y afinar la conciencia ciudadana sobre los grandes
problemas del país, lo cual es un fin en sí
mismo. En el mejor de los casos, la masa crítica creada
por los debates ayudaría a corregir, al menos en parte,
los viciados usos y costumbres de nuestra vida
política". Con esas puntualizaciones, Krauze
invitó a proseguir el debate sobre el debate.

Grupo de notables

   Así lo hizo el diputado priista
Francisco Rojas [14], el 25 de mayo. La responsabilidad pública de ese legislador
hacía especialmente peculiares sus comentarios. Rojas
reconoció: "el pleito diario entre los diferentes
agentes políticos, la consiguiente falta de acuerdos
para gobernar y la frivolidad con que actúan parte de la
clase política y los partidos amenazan con arrastrar al
sistema político a peligrosos niveles de
ingobernabilidad. La parálisis empieza a convertirse en
arteriosclerosis que afectará, ni duda cabe, a la
totalidad de los sectores".

   Rojas no solo cuestionó a la clase
política. A la sociedad la identificó como
"acrítica que no sabe qué hacer con la democracia
que ha construido"; en los medios, encontró que "con
honrosas excepciones, no ayudan mucho; en los impresos y los
electrónicos privan la chabacanería y el
amarillismo sobre la nota seria y la opinión atendible".
 Entre los intelectuales, consideró que "se
entroniza el tono académico que ahuyenta al
público en lugar de atraerlo".

   Ese diputado consideró que el
Comité de Opinión Pública sugerido por
Krauze encontraría problemas prácticos: "no
parece fácil que un grupo de notables pueda construir
los escenarios para que los diversos actores políticos
alcancen los acuerdos que el país requiere. Quién
escogería ese grupo de notables y cuál
sería la fuente de su legitimidad. Parecen más
factibles los clubes de debates en las escuelas para crear la
cultura de la discusión respetuosa y civilizada, para
forjar una sociedad crítica capaz de presionar a los
agentes políticos a ponerse de acuerdo o a irse a su
casa".

   Además, recordó,
recientemente el Senado aprobó una iniciativa para crear
el Consejo Económico y Social "como organismo
autónomo e independiente, de carácter permanente, que tiene como
función primordial ser un órgano consultivo del
gobierno
federal y del Congreso de la Unión, que formulará
recomendaciones públicas no vinculatorias, así
como promover el diálogo social y consenso entre los
agentes sociales y económicos". Tampoco ese espacio
–que estaría formado por 60 personas y cuya
aprobación dependía entonces de la Cámara
de Diputados– sería un organismo útil: "se
convertiría, según mi opinión, en otro
consejo de notables cuyos esfuerzos serían poco
adecuados para el objetivo trazado".

Público y publicado

   José Fernández
Santillán [15] reaccionó a los
comentarios de Krauze (que se había referido a una
declaración que ese politólogo hizo en un
programa de radio) insistiendo en que el comité de
opinión pública le parecía riesgoso.
"Decir que se actúa a nombre y por cuenta de toda
‘la sociedad’ es lo que no se sostiene en pie. Si
Luis XIV se atrevió a decir: L`État c`est moi
(‘El Estado
soy yo’), cuidado con que nos vengan a decir ‘La
société c`est moi’ (‘La sociedad soy
yo’). Reconozco el temple liberal de Krauze y, por tanto,
creo que una observación de este tipo lo hará
reflexionar sobre el conjunto de sus planteamientos, varios de
los cuales contienen aportaciones que van más
allá del mentado comité".

   Fernández recordó
además que "una cosa es la opinión pública
y otra, distinta, la opinión publicada. Una cosa es lo
que piensa y dice la gente, y otra lo que piensan y dicen los
medios de comunicación. A veces hay coincidencias; pero
también hay divergencias. Conviene no mezclar los dos
asuntos porque de otra manera se puede pensar que los medios de
comunicación, en especial la televisión, son los
dueños de la razón pública y el
instrumento idóneo para consolidar las posiciones e
intereses propios".

Reservas y pesimismo

   Iván Ruelas [16] también expresaba
reservas sobre el Comité: "¿Quién va a
definir los intelectuales, académicos y periodistas
(que) van a conformar el mencionado comité,
cuáles van a ser los parámetros para nombrarlos y
sustituirlos? ¿Va a haber un número 900 para la
expulsión? Ese comité tiene que rendirle cuentas
a alguien, no solo sobre sus finanzas,
sino también sobre sus resultados. ¿Cuáles
van a ser los parámetros que van a juzgar si el
comité está sirviendo de algo? Quizá es un
tanto agresivo cargarle la responsabilidad al IFE, pero
sí corresponde explicar que debería ser un
organismo público y autónomo el responsable de
organizar, juzgar y conducir los debates públicos".
   "Erigirse como aquél quien puede decirnos
‘lo que opina la sociedad’ –decía
más adelante– puede causar envidias y
controversias. Quizá hay que evaluar el peligro de
dividir más aún nuestros lenguajes, de crear la
manzana de la discordia… más allá de la
‘casa de la democracia’, podríamos estar
tratando de construir una escalera al cielo de la democracia…
la Babel misma".

   Jaime López-Aranda
Trewartha [17]
compartía páginas y pesimismo con Ruelas:
"Es posible que Enrique Krauze tenga razón cuando
señala –‘Para salir de Babel’, en la
edición de mayo de Letras Libres– que conquistamos
la democracia pero aún no hemos sabido habitarla. Eso
explicaría –y quizá
justificaría– la obsesión por la pedagogía democrática.
Después de todo, quizá sea necesario educar a los
ciudadanos –y, por extensión, a los
políticos– en los detalles finos de la vida
democrática. Sin embargo, este analfabetismo democrático no justifica
concentrar la agenda del debate nacional en la posibilidad de
crear un debate nacional".

   Ese comentarista concluía: "El
Diálogo –con mayúsculas– es un
recurso retórico que sirve apenas para distraer la
atención y del que nadie debería sentirse
orgulloso. El diálogo –con
minúsculas– lleva mucho tiempo entre nosotros y
dista mucho de ser una panacea para los males del país".

Dos
revistas al ruedo

   Más allá de la prensa
diaria, dos revistas mensuales incluyeron reacciones a la
propuesta de Letras Libres. Marco Levario Turcott
[18], director de
etcétera, revista especializada en medios, hizo
entre otras las siguientes consideraciones:

   "Aunque a menudo el protagonismo
entrecruce sus responsabilidades en la vida pública, los
medios de comunicación no pueden ni deben sustituir el
debate y los acuerdos que supone el ejercicio de la
política. Precisamente en ese recurrente intento de los
medios está uno de los problemas de nuestra incipiente
democracia. Los medios no deben erigirse en un tribunal de la
opinión pública ni a través de ellos se
puede conformar una atalaya que dicte lo que tienen que hacer
los actores de la política.

   "Al gobierno y a los partidos corresponde
resolver las reformas que el país necesita y para ello
han de reconocer lo elemental, que la política significa
acuerdos y que éstos implican costos.
Fundamentalmente a esa falta de visión y de voluntad
política se debe la parálisis del país a
la que alude Enrique Krauze, y no a la ausencia de ideas para
hacer posible las reformas.

   " En más de un sentido, la
función social de los medios electrónicos se
encuentra en entredicho. Esas empresas deben cumplir con los
tiempos de Estado y con esa función social establecida
por la ley federal que rige su funcionamiento. Por eso no vemos
por qué a los medios electrónicos hubiera que
pagarles el tiempo dedicado a los debates".

   Sobre el formato para la
discusión, Levario comentó que había "el
riesgo de
conformar un espectáculo de medios más que un
intercambio razonable y con propuestas". Además le
pareció que no era tarea del IFE organizar eventos de esa
índole pero que una sede para los debates podría
ser la Universidad
Nacional.

   Entre los temas a discutir en esos
encuentros, etcétera sugirió "el papel de
los medios de comunicación en la transición
democrática, así como la reforma de la Ley
Federal de Radio y Televisión y de la Ley de Imprenta".

   También en junio, la revista
Nexos publicó un comentario de Ricardo
Raphael [19]:
"El diagnóstico que hace Enrique Krauze es pertinente y
correcto. Sin embargo, la propuesta de crear un Comité
de Opinión Pública que organice el debate
público como ruta Para salir de Babel deja de
lado otros elementos del diagnóstico". Entre ellos,
Raphael mencionó la incapacidad de la televisión
para ser espacio idóneo del debate público: "El
nivel de precisión y detalle que se requieren para
abordar con seriedad los temas que importan son
antitéticos con respecto a la necesidad de ganar
auditorios de inmensas proporciones".

   Sobre el mecanismo para organizar la
discusión, ese analista coincidió con otras
opiniones críticas a la propuesta de Krauze: "Un
comité integrado por elegidos –y por tanto
propenso a la marginación– que pretendiese
centralizar la deliberación democrática a la
luz de los
medios electrónicos de comunicación sería
contradictorio con esa intención. Habría,
más bien, de buscarse un método que no fuese
esencialmente mediático ni deliberadamente excluyente".

Calificar del 1 al 10

   De nuevo en los diarios y ya avanzado el
mes de junio, Enrique Canales [20] propuso que las deliberaciones
se llamaran " ‘Debate Nacional Alternativo’, o DNA,
pues podría llegar a ser parte de nuestro código genético que determine
nuestra futura actuación". Los temas a discutir
tendrían que considerar definiciones conceptuales pero
también propuestas específicas.

   Ese comentarista sugiere equilibrar "la
profundidad de las ideas y la teatralidad del debate" y expresa
motivos como los siguientes: "Decía Ortega y Gasset que
escuchar a los prudentes siempre era muy aburrido y que los
exagerados siempre se volvían más interesantes.
Pero, por otro lado, la misma exageración es una
falsedad, por lo tanto, si deseamos capturar a la audiencia, es
necesario a) discutir los argumentos que respaldan las acciones
a realizar, b) acentuar del lado exagerado las ventajas y los
peligros de esas acciones. Ahora bien, para mantener el hilo de
la trama del DNA en esa sesión en particular casi todo
debería de girar en torno a una emocionante pregunta
sobre llevar a cabo la recomendación de alguna
acción, para concluir con una respuesta propuesta al
final de dicha sesión. Por ejemplo: ¿Nos conviene
enviar tropas voluntarias mexicanas a misiones de paz de la
ONU?".

   Además, pensando en el sentido del
espectáculo que sugiere para esos encuentros, Canales
propone calificar dada participación: "En vista de la
necesidad de a) mantener el interés
racional y emocional de los ciudadanos de la audiencia, b)
aprender a debatir mejor, c) sacar conclusiones
prácticas y útiles para nuestras autoridades, d)
despertar la secuela de la segunda y la tercera derivadas de
las discusiones, entonces convendría que un grupo,
digamos, de tres jueces calificara del 1 al 10 a cada
participante, en dos competencias:
a) por la calidad de sus aportaciones al contenido de la
discusión y b) por la calidad de su lógica argumentativa".

Un debate social

   Denise Dresser [21] matizó algunas de las
objeciones al debate. Recordando las opiniones de quienes
dijeron que ese ejercicio resultaría inútil si no
producía acuerdos, escribió: "México no
necesita debates en los medios sino acuerdos en el Congreso,
dicen. Los intelectuales se dedicarán a debatir y los
políticos se dedicarán a ignorarlos, dicen. Y en
parte tienen razón. La propuesta de Krauze tiene por
objeto influenciar a las instituciones, presionar a los
políticos, usar a la opinión pública para
marcar rutas y colocar cercos. Pero el debate público
–en cualquier modalidad– tiene un valor en
sí mismo y por ello hay que ir más allá
del esquema propuesto. Hay que concebir el debate para educar
no sólo para influenciar; el debate para construir
ciudadanos no sólo para presionar a políticos; el
debate para proveer conocimiento
a la población y no sólo para exhortar a sus
representantes; el debate para informar a la opinión
pública y no sólo para usarla como cuchillito de
palo".

   Sobre el elitismo del comité
sugerido por Letras Libres, apuntó:
  "Hay quienes argumentan que los debates
serán poco representativos dado quienes
participarán en ellos. Serán secuestrados por un
comité de notables, dicen. Se impulsarán agendas
personales e intereses tribales, dicen. Y en parte tienen
razón. Krauze ha propuesto un comité con
intelectuales, académicos y periodistas que someta a
discusión las inquietudes ciudadanas. Pero en esa idea
están ausentes los ciudadanos mismos. La propuesta de
Krauze necesita mirar más allá de las voces de
siempre, los perfiles de siempre, los pensadores de siempre.
Necesita contemplar formas de involucrar a ciudadanos comunes y
corrientes. Necesita pensar en maneras de crear una cultura del
debate fuera del formato contemplado. En esencia se trata de
ampliar el debate, de democratizarlo, de ciudadanizarlo. Se
trata de convertir el debate intelectual en un debate
social".

   Esa comentarista sugirió que el
comité organizador elabore "un padrón de
ciudadanos interesados en participar y debatir". De entre
ellos, se sortearían a quienes podrían hacer
preguntas en los debates.

   Dresser, además, consideró
que a la televisión había que aprovecharla a
pesar de sus limitaciones. "No se trata de contraponer a la
televisión al Congreso, ni de marginar a las
instituciones políticas para privilegiar la pantalla. Se
trata de construir otros espacios para la discusión
pública. Se trata de reconocer que un poco de información útil –que la
televisión puede multiplicar– es mejor que mucha
información ociosa. Si el eje de los grandes problemas
está en el Congreso, el eje de las grandes soluciones
está en los ciudadanos mejor informados".

Encuentro de revistas

   Al mes siguiente, en su edición de
julio, Letras Libres publicó una breve carta de
José Woldenberg [22], director de Nexos.
Dirigida a Krauze, la misiva comienza: "Creo en efecto que el
nivel de la discusión política en nuestro
país no es el adecuado para enfrentar los enormes
problemas y retos que se nos presentan. En ese sentido, el
diagnóstico que publicaste en Letras Libres
resulta oportuno y elocuente".

   Woldenberg recuerda que durante 26
años Nexos ha buscado "contribuir a generar un
debate informado y racional" y le pregunta a su colega de
Letras Libres qué propuesta tendría para
la participación de esa revista. "Por nuestra parte
–finaliza– ponemos a tu consideración la
posibilidad de llevar a cabo un Encuentro, organizado por ambas
revistas, donde se pudieran discutir algunos de los temas
relevantes que importan al país".

Babel política y
mediática

  1.    Semanas antes, entre
    el 10 y el 13 de mayo, el autor de este recuento
    [23] comentó
    algunos de los problemas que sugería la iniciativa de
    Krauze y su revista. Esa propuesta, dijimos entonces,
    partía de una convicción documentada en el
    estruendo y los escándalos que nos han entretenido tan
    superfluamente durante los meses recientes: si lo que falta
    en la democracia mexicana es elevar la calidad del debate
    –podía suponerse– un grupo plural y con
    autoridad
    intelectual estaría en aptitud de promover
    discusiones, para las cuales se buscaría amplia
    difusión en televisión y radio, acerca de los
    asuntos sustantivos que el país debería tener
    entre sus prioridades.

   La iniciativa de Letras Libres
resultó sugerente. La posibilidad de llevar a los medios
un auténtico debate de ideas, capaz de contrastar los
contenidos habitualmente vanos o demasiado coyunturales que
suelen difundirse en radio y televisión, contrastaba con
la ausencia de propuestas que angustia hoy al espacio
público mexicano.

   Ese ánimo propositivo pudo ser
reconocido, antes que nada, como saludable. A diferencia de la
mayoría de las revistas y diarios que habitualmente se
pertrechan en temas y autores cercanos a sus intereses y
simpatías y que no suelen reconocerse como interlocutores
mutuos, la iniciativa de Krauze y su publicación no
tendría sentido si no interesaba en otros circuitos
editoriales, sociales y políticos. Entenderse como parte
de una sociedad en la que hay distintos puntos de vista sobre
cualquier asunto de importancia, tendría que ser un primer
paso hacia la tolerancia y el
ánimo deliberativo que Letras Libres se propone
reivindicar en su edición de este mes.

   Krauze consideró, con razón,
que "nos urge salir de la Babel de confusión en la que
vivimos". El examen que en ese texto hizo del guirigay
político mexicano es impecable. La conclusión en
cambio, resultó un tanto discutible. Suponer que los
antagonismos y la frivolidad en el discurso
político serían remontados por el contraste que
significarían varios debates de gran calidad y densidad,
propalados ampliamente, podía implicar cierto
desconocimiento del atraso que prevalece en nuestra cultura
política y, al mismo tiempo, una sobrestimación de
la capacidad de los intelectuales para solucionar ese
rezago.

   Sobre todo confiar en la capacidad de los
medios electrónicos, especialmente la televisión,
para ser escenarios de una discusión racional, es
altamente riesgoso. Ningún asunto respecto del cual haya
posiciones antagónicas, en ningún país, se
ha resuelto a partir de su exhibición televisiva. Los
medios electrónicos son espacios propicios para mostrar
los grandes trazos de una discusión. Pero la
deliberación capaz de propiciar acuerdos requiere de la
holgura para expresar argumentos que puede permitir la prensa, o
de la confianza para externar pros y contras que solo ofrece la
reunión privada.

   Krauze reconoció a la
política mexicana de nuestros días como un teatro ("mitad
farándula, mitad reality show") en donde intereses
y desatinos de cada actor desplazan al guión común
que debería prevalecer. A partir de ese diagnóstico
intentó una salida racional a la confusión que
domina al escenario público mexicano. Las aristas
discutibles de la propuesta iban desde el nombre y las tareas,
hasta las adhesiones que se encontraban pertinentes para el grupo
sugerido como organizador de los debates.

   La denominación del Comité
de Opinión Pública
se parece demasiado al
Comité de Salud
Pública que Robespierre creó a fines del siglo
XVIII para perseguir a los enemigos de la revolución
francesa o a otros que, con el mismo nombre, fueron creados
en distintos momentos de la historia mexicana. Ese no es
mas que un detalle pero resulta útil para enfatizar una de
las debilidades en la propuesta de Letras Libres. La sola
idea de constituir un comité de notables que se consideren
fiduciarios de la verdad, resulta un tanto
antipática.

   Desde luego el problema que
señaló esa revista es muy vigente. El nivel de
nuestra discusión pública es ínfimo. A
México le urge transitar del pantano de los chismorreos a
la deliberación constructiva. "La democracia es palabra
hueca si no se sustancia" consideró Krauze.

   Pero aunque el retrato que hace de la
confusión mexicana resulta escrupuloso, la
conclusión que ofrecen ese escritor y su revista puede
estar equivocada. El problema político central en
México no es la falta de discusión, sino la
ausencia de acuerdos. Lo que más necesitamos no son ideas,
sino capacidad para convertirlas en decisiones.

   En otras palabras, la carencia nacional no
es de carácter intelectual sino político. Ideas
para emprender cambios, las hay prácticamente para
cualquier aspecto de la vida nacional. Los mexicanos –al
menos quienes tenemos la angustiosa costumbre de atender a lo que
dicen gobernantes, legisladores y dirigentes en los medios de
comunicación– ya sabemos cuáles son las
opciones para impulsar la industria eléctrica, emprender
la reforma fiscal, admitir o no el voto en el extranjero o
actualizar las leyes laborales,
entre muchos otros temas.

   En cada uno de esos rubros llevamos
años conociendo y considerando propuestas. En todos ellos,
igual que en otros temas de igual o similar importancia, los
interesados han ofrecido sus puntos de vista, quienes discrepan
con ellos los han rebatido y la sociedad –o al menos los
ciudadanos interesados– se han formado, cuando han querido,
una opinión.

   Aunque no siempre ha sido ordenada, ni los
argumentos y la información pertinentes se han expresado
con claridad, en todos esos temas se han registrado extensas
discusiones. Los foros y plazos para ellas no siempre han sido
los que habrían resultado deseables. A veces las
propuestas han estado matizadas por el estruendo que desatan esos
y otros asuntos. Pero presentación de iniciativas e
intercambio en torno a ellas, hemos tenido en todos los
casos.

   Lo que no ha existido es capacidad para
dialogar y, gracias a ello, alcanzar acuerdos. El mismo Krauze,
con razón, apunta: "no tenemos siquiera un acuerdo de
cómo resolver nuestros desacuerdos". Allí,
Cantinflas dixit, está el detalle. La ausencia de ese
acuerdo no se origina en la pobreza o la
inexistencia de discusión. Cada una de las fuerzas
políticas del país sabe lo que quiere y lo que
otros partidos o grupos buscan en cada uno de los temas
cardinales. Si no alcanzan decisiones conjuntas es porque no
quieren.

   Ese problema es, quizá, más
grave que el que diagnosticó Letras Libres. El
atasco mexicano no se debe a la pobreza
deliberativa, sino a la ineficacia de la política tal y
como la practican nuestras elites. Desde luego un debate
ordenado, despejado y respetuoso, no nos vendría mal.
Sería un auténtico lujo tener en los medios de
comunicación a los mejores especialistas en cada uno de
los temas nacionales que durante años hemos dejado sin
resolver.

   Pero más allá de la
oportunidad que significaría presenciar exposiciones
razonadas y rigurosas sobre lo que tenemos que hacer con los
energéticos, el campo, la legislación electoral o
la política exterior, tales exhibiciones no
conducirían a ningún lado si no estuvieran
acompañadas de la voluntad política que tanto se ha
echado de menos respecto de esos mismos y otros temas.

   Los debates cuya organización fue propuesta por Letras
Libres
podrían convertirse en un espectáculo
mediático más que en el ejercicio inteligente y
creativo que pretenden los editores de esa revista. Al hipotecar
la eficacia de la
discusión a la capacidad de propagación de los
medios, se subordina el fondo a la forma que impondría la
televisión. Las reglas sugeridas para esos debates
podrían empobrecer las ideas en juego, en lugar de darles
contexto y aliento. Se trata de encuentros concebidos como
confrontaciones finales de propuestas acabadas y no como etapas
de un proceso deliberativo.

   Más que de una discusión en
donde pueda desarrollarse el intercambio que resulta necesario
para lograr acuerdos se proponía, como indica ese procedimiento,
una "puesta en escena". Cada debatiente contaría con 10
minutos iniciales, otros tres para criticar a los demás y
tres minutos adicionales para responder. Luego habría un
intercambio de preguntas con respuestas de dos minutos. Ese
esquema es más propio de un debate de campaña
política –en donde más que las ideas importan
los slogans– que de una discusión que aspire
a constituir "un aprendizaje
práctico de la democracia" como propuso Krauze. En 10
minutos (es decir, en unas cuatro cuartillas si la
intervención estuviera escrita) es imposible compendiar ni
siquiera los trazos más amplios de la iniciativa para
resolver un problema complejo. Mucho menos se pueden aclarar
dudas acerca de ella en los tiempos sugeridos para respuestas en
esos debates.

   Pensemos en cualquiera de los temas
posibles en la agenda que diseñaría el
Comité que plantea Letras Libres.
¿Qué reforma fiscal, cuál esbozo de
industria petrolera, qué concepción de
política cultural o de política
social podrían compendiarse en 10 minutos? Con ese
corsé los expositores tendrían que eludir los
pormenores de cada iniciativa y, de esa manera, prescindir de la
riqueza de enfoques, las medidas específicas o las
consecuencias puntuales que podría tener.

   Hoy en día las diferencias sobre los
asuntos más importantes no tienden a ser tanto de fondo,
como en sus particularidades. En nuestro país por ejemplo,
todo el mundo dice que está de acuerdo en que haya reforma
fiscal; las discrepancias surgen acerca de los impuestos y
montos que cada quien propone incrementar.

   Las fuerzas políticas, en
México igual que en casi todo el mundo, tienden a ubicarse
en el centro del espectro ideológico y no en sus
márgenes como sucedía en épocas anteriores.
Las diferencias en ocasiones son de matiz y no debido a la
adscripción de partidos y grupos en las derechas o las
izquierdas. En los detalles no solamente está el diablo
sino las distinciones entre políticas específicas.
Una discusión en los términos que proyecta
Letras Libres dejaría a un lado los matices que hoy
en día constituyen la distinción entre las visiones
de país que tienen no solo las fuerzas políticas
sino, también, los ciudadanos interesados en los asuntos
públicos.

   Más que propiciar acuerdos, un
debate en televisión tiende a polarizar las posiciones en
conflicto.
Además parece inevitable que el estilo de ese medio se
sobreponga a la discusión de ideas. Si lo que queremos es
salir de Babel, como apunta Krauze, lo que hace falta antes que
nada es preguntarnos por qué nuestra vida pública
ha llegado a este desbarajuste. Cada uno de los principales
actores políticos pareciera tener códigos, proyectos y hasta
normas
diferentes para el intercambio de puntos de vista. Lo que
necesitamos son reglas y principios comunes, no para debatir sino
para tomar acuerdos que le urgen al país.

   Debatir más no empobrecerá
nuestro escenario político, pero no necesariamente
remediará los antagonismos que lo mantienen estancado.
Para salir de Babel es preciso construir –o
recuperar– una lengua y una
colección de entendimientos comunes, capaces de ser
compartidos por las principales fuerzas políticas y la
sociedad.

   El espacio idóneo para procesar
cualquier acuerdo es el de las instituciones políticas.
Por muy aborrecible que nos resulte su desempeño, el
Congreso es el crisol indispensable para hacer política y
construir consensos. Y los partidos, con todo y su desesperante
inoperancia, son los protagonistas ineludibles de esos
acuerdos.

   El problema central radica, entonces, en
cómo logramos que esa institucionalidad y sus organismos
funcionen plenamente. Hay quienes por eso, entre otras
motivaciones, hacen política y se incorporan a los
partidos existentes o construyen otros. Para los intelectuales y,
de manera más amplia, para los ciudadanos que no quieren
hacer política activa, se presenta el eterno dilema entre
presenciar los acontecimientos o hacer lo posible por intervenir
en ellos.

   En los años recientes la sociedad
mexicana, a pesar de las muchas limitaciones de nuestra cultura
ciudadana, ha logrado influir exitosamente para ampliar
condiciones y opciones de la competencia
política. Los cambios que conseguimos –especialmente
en la normatividad electoral– se debieron a la exigencia,
tácita o explícita, que la sociedad le
planteó al sistema
político.

   Hoy sin embargo, por fatiga,
desilusión, hartazgo o descuido, la sociedad se ha
retraído de la mayoría de los asuntos
públicos. El video escenario
de corrupción, rencillas y cinismo que se ha
conocido desde hace varias semanas, en el menos peor de los
escenarios aleja aun más a los ciudadanos de esos asuntos
públicos. También puede ocurrir que, tales sucesos,
entretengan y confundan tanto que la sociedad deje de distinguir
entre la escoria y los comportamientos reivindicables en el
quehacer político.

   Una tarea cardinal para los intelectuales,
en ese panorama, es contribuir a esclarecer los acontecimientos.
Ofrecer elementos de juicio que permitan distinguir entre lo
trivial y lo esencial, entre las codicias y los proyectos, entre
la cháchara y las ideas, sería quizá la
aportación más valiosa de quienes, desde el campo
de la reflexión, quieren contribuir a superar este
empantanamiento.   

   Krauze apunta con claridad el papel de los
intelectuales: "Necesitamos mucho más: solidez
crítica, datos duros, imaginación editorial,
incisiones limitadas pero profundas en la realidad". Hoy en
día el ejercicio de la crítica política es
sumamente limitado. Numerosas inconsecuencias y contradicciones
de los actores políticos pasan desapercibidas o, cuando
mucho, alcanzamos a hacer la crítica de sus dichos. Pocas
veces contamos con elementos para analizar los hechos
verdaderamente relevantes. Esa es una tarea en la cual
sería conveniente el ojo analítico de escritores y
pensadores que reservan sus esfuerzos para temas menos
coyunturales.

   La crítica del poder es escasa y
habitualmente débil. Pocas veces llega al fondo de los
acontecimientos. Suele cuestionar a los emblemas y responsables
del poder, pero no a los poderes reales que han crecido y ganan
enorme impunidad. Los
medios de comunicación, especialmente la
televisión, han ofrecido un gran servicio a la sociedad al
dar a conocer excesos y barbaridades de algunos personajes
públicos. Pero al mismo tiempo los medios más
influyentes, al mostrar esos hechos sin contexto y
preocupándose más por el escándalo que por
las explicaciones, han sido corresponsables del deterioro
vico y
político que padecemos.

   Una hora de debate al mes sería
preferible a "La jaula" o "La hora pico" pero es altamente
probable que se confundiera con los contenidos que los
televidentes suelen presenciar, todos los días, en la
televisión nacional. Peor todavía, un espacio
así les serviría a las televisoras para legitimarse
y aliviar la mala conciencia que pese a todos sus operadores
siempre tienen. Luego seguirían transmitiendo la programación habitual.

   El solo hecho de que Letras Libres
presentara su iniciativa, junto con el eco que tuvo en pocos
días, resultó indicativo de la preocupación
que existe ante el deterioro de la vida pública mexicana.
Es inexcusable, como apuntó Krauze, que nuestra
política se haya teatralizado de esa manera. Más
que construir un nuevo escenario como el que sugiere esa revista,
sería preciso exigir que la vida pública y sus
protagonistas superen el juego de apariencias y palabrería
que nos ha traído a esta Babel política –y
mediática–.

Julio de 2004

–0–

[1] Investigador en
el Instituto de Investigaciones
Sociales de la UNAM. Miembro del Instituto de Estudios para la
Transición Democrática. ;
;

[2] Seguramente los
comentarios a la propuesta de Krauze y Letras Libres
fueron más. Los que aquí se glosan son los que
pudimos encontrar en la prensa diaria y algunas
revistas.

[3] Enrique Krauze,
"Para salir de Babel". Letras Libres, mayo de
2004.

[4] Miguel
Ángel Granados Chapa, "Debatir es gobernar".
Reforma, 11 de mayo de 2004.

[5] Jorge Medina
Viedas, "Ordeñando la democracia". Milenio, 13 de
mayo de 2004.

[6] Carmen
Aristegui, "Babel".
Reforma, 14 de mayo de 2004.

[7] Ricardo Raphael,
"Faltan ideas, sobran ocurrencias". El Universal, 14 de
mayo de 2004.

[8] Gilberto
Rincón Gallardo "Diálogos, acuerdos y Krauze".
Reforma, 15 de mayo de 2004.

[9] Claudia Ruiz
Arriola, "Babel y Bizancio".Mural, Guadalajara, 16 de mayo
de 2004.

[10] Ricardo
Alemán  "¡Diálogo! ¿Qué es
eso? ¿Para qué?". El Universal, 16 de mayo
de 2004.

[11] Ramón
Cota Meza, "Debate del debate". El Universal, 18 de mayo
de 2004.

[12] Leo Zuckermann,
"Comité de los notables". El Universal 19 de mayo
de 2004.

[13] Enrique Krauze,
"Ideas para el debate". Reforma, 23 de mayo de
2004.

[14] Francisco
Rojas, "Debate, en lugar de escándalo". El
Universal
, 25 de mayo de 2004.

[15] José
Fernández Santillán, "Respuesta a Krauze". El
Universal
, 26 de mayo de 2004.

[16] Iván
Ruelas, "Construyendo a Babel". Milenio, 30 de mayo de
2004.

[17] Jaime
López-Aranda Trewartha, "El diálogo inútil".
Milenio, 30 de mayo de 2004.

[18] Marco Levario
Turcott, "Respuesta a Letras
Libres
". etcétera,
junio de 2004.

[19] Ricardo
Raphael, "Hechos". Nexos, junio de 2004.

[20] Enrique
Canales, "La fuerza del debate". Reforma, 10 de junio de
2004.

[21] Denise Dresser,
"Debatir el debate". Reforma, 21 de junio de
2004.

[22] José
Woldenberg, carta de Letras Libres, julio de
2004.

[23] Raúl
Trejo Delarbre, "La propuesta de Letras
Libres
", "Lo que falla es la
política", "Subsanar los detalles" y "Babel
política y mediática". La Crónica de
hoy
, 10, 11, 12 y 13 de mayo de 2004.

 

Raúl Trejo Delarbre

Investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales
de la UNAM.

URL: http://raultrejo.tripod.com
(fuente)

Partes: 1, 2
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